jueves, 2 de marzo de 2017

La vida de los romanos

http://www.elcorreo.com/vizcaya/ocio/201312/22/domingo-historia-romanos.htm

Hasta cobraban impuestos a las prostitutas
La función del soldado romano iba más allá de la guerra. Entre sus funciones estaban proteger a los ciudadanos y autoridades, hacer las veces de policía, la seguridad de las prisiones, eliminar el bandidaje, cuidar de los templos y hasta proteger los campos de trigo, fundamental en la alimentación de aquella época. A veces incluso se encargaban de cobrar impuestos a las prostitutas y se sabe que en Judea llegaron a controlar lo que se decía en las escuelas.
Además de los legionarios, cuyo número se calcula en unos 300.000 -no mucho si se tiene en cuenta la cantidad de territorio que tenían que cubrir-, el ejército tenía otros cuerpos. La guarnición de Roma era la fuerza de elite. Con un escorpión como emblema -un águila lo era de la legión-, 10.000 hombres al mando del prefecto del pretorio -una especie de primer ministro y ministro de la guerra- se encargaban de la seguridad del emperador. En la capital también había un cuerpo que se encargaba de la vigilancia nocturna y otros que hacían las veces de bomberos.
Vivir en la Antigua Roma no era fácil. Pese a la imagen que ofrecen las películas con la capital engalanada, los templos de mármol resplandeciente, los ricachones reclinados sobre los triclinum mientras comían de la mano de esclavas -que al tiempo les abanicaban-, las carreras de cuádrigas, los combates de gladiadores... La realidad era muy diferente. La mayor parte del pueblo no tenía trabajo ni nada que llevarse a la boca. Se calcula que durante el Imperio la población sería de entre 50 y 60 millones de habitantes. Pues bien, de esos, sólo unos 500 serían ricos, lo que se dice ricos. Eran los senadores y caballeros, más forrados los primeros que los segundos. Te encontrabas a uno de estos cada 96,5 kilómetros cuadrados (sí, hay quien ha calculado esto). En torno al 65% de la población vivía al día, al límite de la subsistencia. En comparación, la actual Haití alcanza el 80% en esta triste estadística.
A la vista de todo ello, muchas familias vieron una salida que hoy costaría entender: el ejército. Roma fue un imperio basado en un poderío militar sin igual en la Europa de aquellos tiempos. Las legiones dominaron buena parte del continente y del norte de África con mano de hierro durante varios siglos. Una máquina de guerra. Virgilio plasmó en la Eneida el destino de la “ciudad de Marte”, el dios de la guerra: “No pongo a sus dominios límite en el espacio ni en el tiempo. Les he dado un imperio sin fronteras”.¿Cómo era aquel ejército?¿Qué ofrecía?¿A qué edad se podía entrar?¿Qué privilegios tenían los soldados?
Bien pagados
La primera gran ventaja que tenían era un sueldo garantizado, lo que muy, muy pocos podían decir en la Antigüedad. Un buen sueldo además. Ganaban al día un denario, lo mismo que un buen trabajador civil con la ventaja de que el militar trabajaba todo el año mientras que un artesano, por ejemplo, podía estar con frecuencia en paro. Cierto que no disponían de todo ese dinero -el ejército, por ejemplo, se quedaba con una parte que se iba acumulando y se les entregaba cuando se licenciaban-, pero tenían dos o tres ases al día -10 ases son un denario; la gente corriente hablaba en ases, no en denarios- para gastarlo a su gusto. Por ese dinero se podía comprar un pedazo de pan, vino o queso. Unos dos ases también era lo que cobraban las prostitutas, muy abundantes en aquella época y otro de esos oficios con sueldo casi ‘garantizado’.
A esto se le unían complementos de viaje si eran trasladados, dinero para los clavos de las botas si tenían que realizar una marcha larga, obsequios del emperador, primas cuando se licenciaban, se repartían el botín en caso de que una ciudad cayera tras un asedio -no si se rendía. Con algo tenían que motivarles- ... Aunque los ascensos tenían más que ver con los sobornos y el estatus que con el mérito, alcanzar el grado de centurión era poco menos que un chollo: cobraban 15 veces más que un soldado raso.
Legalmente tenían además unas cuantas ventajas. Estaban exentos de muchos impuestos; podían hacer sus testamentos sin tener en cuenta los deseos de sus padres, que tampoco podían meter mano a sus ingresos; en caso de delito grave, no podían ser torturados ni condenados a las minas -en realidad, una condena a muerte poco disimulada- ni ejecutados como un criminal común.
25 años de servicio
Para entrar en la milicia una condición indispensable era ser ciudadano romano. Los esclavos lo tenían completamente prohibido. Incluso los mercaderes de este oscuro negocio también. Los que habían sido liberados -libertos- solo podían acceder a algunos cuerpos auxiliares. Las limitaciones van más allá. Para algunos puestos se admitieron durante mucho tiempo únicamente a ‘italianos’, caso de la guardia de Roma -curiosamente, la guardia de corps del emperador estaba compuesta por germanos o bátavos-. También exigían el conocimiento del latín, único idioma oficial admitido pese a la diversidad de pueblos que componían el territorio romano. Si se sabía leer, escribir y contar, tanto mejor, ya que la burocracia interna necesitaba de ellos.
Otro requisito era la altura. Nadie por debajo de 1,65 metros. Según parece, el soldado romano no destacaba precisamente por su imponente físico. De hecho, eran motivo de risa para los enemigos, según cuenta Julio César en ‘Los comentarios a la guerra de las Galias’: “Nuestra baja estatura es motivo de desprecio para los galos, que son de elevada estatura”. Lo habitual era acceder hacia los 20 años y el servicio no duraba ni nueve meses ni dos años, sino 20-25 años. Resulta chocante pero no es excepcional: en la Rusia del siglo XVIII ser reclutado suponía este mismo período de tiempo y se consideraba una sentencia de muerte. Una vez superado el periodo de prueba de cuatro meses, prestaban juramento y recibían una identificación que les distinguía como militares, bien un trozo de metal colgado de una cuerda alrededor del cuello, bien una especie de tatuaje.
No se podían casar
Puede parecer contradictorio, pero el principal peligro de servir en el ejército en Roma no era la guerra. Bien pudiera pasar que nunca entrasen en combate si les tocaba en una zona ‘tranquila’. El hecho es que caían más por enfermedades que por heridas en una batalla. Además, hay que tener en cuenta que la vida civil era de por sí peligrosa. La violencia y la muerte estaba presentes siempre. Los dueños de esclavos podían pegarles casi tanto como quisieran. En una sociedad tan machista, las mujeres también eran objeto de agresiones. La mortalidad infantil era elevadísima. No era infrecuente el abandono de niños o su venta como esclavos sexuales. Y los robos no era raro que quedaran impunes. Son de esas cosas en las que uno no cae pero en Roma no existía una policía como tal. Eran los propios soldados quienes hacían algunas de estas tareas. Los responsables municipales también tenían vigilantes armados, pero nada que se pudiera llamar policía. Si te robaban, lo más seguro era buscarte la vida porque recurrir a la justicia era muy caro y generalmente poco efectivo.
Otra desventaja es que en teoría no se podían casar. De hecho, si lo estaban antes de alistarse, el matrimonio quedaba en ‘suspenso’ hasta que se licenciase. En la práctica parece que no se hacía mucho caso de esta prohibición. También vivían sometidos a una muy dura disciplina y podían ser trasladados en cualquier momento. Y, claro, el peligro era muy real si el destino estaba en la frontera del Danubio o el Rhin. Al fin y al cabo, la guerra es la guerra.
La legión es la unidad más conocida del ejército romano. Formada por unos 5.000 hombres encuadrados en 10 cohortes de tres manípulos o seis centurias cada una (salvo la primera y más prestigiosa, que tenía cinco centurias pero el doble de hombres) se nombraban un número y un nombre, por ejemplo I Minervia o II Augusta. Se alojaban en campamentos perfectamente organizados que ocupaban entre 17 y 28 hectáreas. En realidad eran pueblos con barracones, termas -normalmente fuera del mismo-, almacenes, hospital -la atención médica era bastante mejor que la que pudiera recibir un civil normal-, talleres... En los alrededores se organizaban una especie de asentamientos llamados ‘canabae’ con tabernas, prostíbulos y demás entretenimientos. Tenían además cazadores para obtener presas en tiempos de guerra y carniceros que compraban la carne cuando las cosas estaban tranquilas. Y centinelas con perros para vigilar los alrededores. La alimentación era sin duda mejor que la del común de la gente: cereales (normalmente trigo; la cebada, más como castigo), pescado, marisco, legumbres, judías, lentejas y vino.
La hora de la retirada
Las burlas de los enemigos sobre la estatura de los romanos es de suponer que se acababan en cuanto empezaba el combate. El duro entrenamiento al que se sometían y la férrea organización dieron a la legión una ventaja que duró varios siglos. Normalmente era un veterano ilustre reenganchado al ejército el que se encargaba de la preparación, que incluia gimnasia, duras marchas y hasta natación. Solían ejercitarse con sus armaduras, que tenían que costearse ellos mismos. Por cierto, no hay que pensar que todos los soldados llevaban la famosa coraza con los abdominales y el pecho marcados. Ésta era más de los oficiales.
En plena batalla, en el caos que debía organizarse con el ruido de cientos de hombres entrechocando sus armas y gritando, el soldado hacía caso de las órdenes de su centurión y de las señales sonoras que se hacían con tres tipos de instrumentos según lo que se quisiera transmitir. Visualmente debían seguir la enseña que correspondía a su manípulo. La formación solía ser de cinco hombres en el frente y unas 10 filas detrás, un grupo compacto con el que arrasaron a casi todos sus enemigos.
Más o menos la mitad de los soldados sobrevivía a esos 20-25 años de servicio. Llegaba la hora de licenciarse. En ese momento recibían la parte de su salario que el ejército les guardaba y recibían una gratificación económica, sustituta de las tierras que se les entregaban en los primeros tiempos. Un centurión tendría una capacidad económica similar a las de las elites de las ciudades y podía ocupar puestos municipales de relevancia. El soldado raso tendría el nivel suficiente para vivir cómodamente. Tenían entonces unos 40-45 años y algunos, no demasiados tampoco, por delante para vivir la vida. Seguramente frecuentarían las termas, una costumbre muy romana y mucho menos saludable de lo que parece a primera vista. Lo de bañarse es muy higiénico, pero parece ser que no cambiaban el agua con demasiada frecuencia. O sea, que de relajante y saludable spa tenían más bien poco.

jueves, 10 de noviembre de 2016

Antiguos pueblos Romanos



Primeros habitantes
Difícil es determinar cuáles fueron sus primeros habitantes. Los Aborígenes debieron ser anteriores a una raza jafética, llamada de los Tirsenos, Rasenas o Tirrenios, los cuales dieron su nombre al mar occidental, mientras que el oriental lo tuvo de Adría, ciudad igualmente tirrena.

Pertenecen estos a la edad fabulosa de Jano, Júpiter y los Sátiros, como también los Vénetos, los Euganeos, los Opobios, los Camunios y los Lepontios, y tal vez los Tauriscos, los Etruscos, los Opicos y los Oscos o Toscos; considerados todos como diferentes de los Sículos y de los Pelasgos. Dieciocho siglos antes de J C, fueron a Italia los Iberos, los cuales, viniendo de la Armenia llegaron hasta España.

A esta raza pertenecían los Ligurios de la Alta Italia, los Ítalos que se extendían entre la Marca y el Tíber, y los Sicanos, considerados por algunos historiadores como originarios del Epiro, y asimilados a los Pelasgos.

Celta es el nombre de una numerosa estirpe nórdica, una de cuyas ramas ocupó la Italia bajo el nombre de Umbros, y se dividió en tres bandas: Oll-Umbria, entre el Apenino y el Jonio; Is-Umbria, alrededor del Po; y Vil-Umbria, que fue luego Etruria; quedando el país oriental para los Iberos. La primera fecha histórica es la fundación de Ameria, trescientos ochenta y un años antes de Roma. Contemporáneos de estos grandes pueblos fueron otros pequeños, como los Titanes, los Cíclopes y los Lestrigones, que parecen oriundos de la raza de Cam y procedentes del África.

Pelasgos
Como conquistadores y civilizadores aparecen luego los Pelasgos, gente industriosa que en todas partes precedió a los pueblos de gran renombre. Tal vez llegaron los primeros con Peucetio y Enotro, diecisiete generaciones antes de la guerra de Troya; nunca fueron verdaderos dueños de la península, pero siempre estuvieron armados luchando contra los Sículos, único pueblo de que Homero hace mención en Italia y que los Pelasgos rechazaron hasta la isla.

Otros, procedentes de la Dalmacia, fabricaron, 14 siglos antes de JC, y en la desembocadura del Po, la ciudad de Espina, combatieron con los Umbros, y juntamente con los Aborígenes de la Sabina fundaron ciudades en el Apenino, de las cuales aún quedan murallas de grandes dimensiones, compuestas de enormes peñascos, unas veces toscos y otras tallados; mientras hay quien los considera como bárbaros feroces, los elogian otros por haber introducido el alfabeto, el hogar doméstico y la piedra de límite, es decir, la familia y la propiedad. Sorprendidos por graves desventuras, inundaciones, erupciones y sequías, abandonaron la Etruria, emigraron muchos de ellos, y otros fueron sometidos a nuevos pobladores y reducidos a la esclavitud.
Etruscos

1/Introducción
Fuentes literarias, históricas, arqueológicas, epigráficas o numismáticas.

Las fuentes históricas, nos dicen que estaban situados entre el Tíber y el Arno, el Tirreno al este, y los Apeninos al oeste.
Las fuentes literarias que hablan de este pueblo están impregnadas de un cierto romanticismo y misterio, es un pueblo considerado como fatalista no es una novedad y predestinado a un fin. Creían que el destino era ineludible, que todo estaba previsto.

Su cosmogonía decía que el mundo duraría unos 12000 años y de éstos, los 6000 últimos serían protagonizados por el hombre y Etruria (Toscana), solo poseía una parcela de esos 6000 años. En cualquier caso, los planteamientos coincidían en que este pueblo desapareció como cultura en torno al Siglo I d.C. Esto es lo que dicen las fuentes.

Yendo a las históricas, sorprende en primer lugar porqué los etruscos alcanzaron un alto desarrollo cultural con respecto a los demás pueblos de la Península Itálica y porqué además en este lugar y no en otro de condiciones similares. La respuesta pudiera ser el amplio contacto del pueblo etrusco con el mundo griego; ya desde el Siglo VII a.C., sobre el 650.¿y porqué con los etruscos? Según Redondo, por que los contactos con los griegos se habían producido con mucha mayor anterioridad, aunque eran contactos interrumpidos con la etapa oscura del mundo griego. Pero se plantea la posibilidad que estos contactos ya se dieran desde la época micénica griega.

El pueblo etrusco, aunque se desarrolla por este concepto desde el Siglo VII, sin embargo no se convierte en un simple imitador de una cultura superior, sino que impone su sello personal a esa aculturación impresionando incluso a los griegos y romanos, que se benefician de los logros de este pueblo.

Aún hoy este pueblo plantea problemas, que le hacen misterioso, pues sus propias fuentes de información son indescifrables. Este es el caso de su escritura; se sabe que le fue proporcionada por los griegos de Cumas (Sur de Roma) y es griego en su variedad Calcídica, sistema de escritura que adaptaron a las necesidades fonéticas etruscas. Se conoce, por tanto, su escritura pero no su lengua, que no es indoeuropeo, ni está, al parecer, emparentada con ninguna otra lengua conocida en la antigüedad.

La epigrafía tampoco nos sirve de gran ayuda por que los epígrafes conservados tienen escaso contenido historiográfico. Son inscripciones bien funerarias, bien votivas. Tampoco la epigrafía nos permite conocer la estructura de su lengua.

Hay que recurrir, por tanto, a la arqueología que es extraordinariamente rica. Pero no deja de ser arqueología y hay que tener presente las limitaciones de esta ciencia, que puede decir muchas cosas; cómo vivían, qué comían, dedicación económica; pero da lugar a interpretaciones diversas sobre el mundo del intelecto y por eso se requiere precaución de recurrir así a planteamientos comparativos entre el mundo griego y el mundo etrusco.
Los pueblos itálicos en el siglo VIII a. C.
Hacia el siglo VIII a.C. en que según la leyenda se fundó la ciudad de Roma coexistían en el área centrada en el mar Tirreno, las civilizaciones fenicia, griega y etrusca. Esta última directamente colindante con los pueblos itálicos, principalmente los latinos habitantes de la zona del Lazio, al sur del río Tíber, había desarrollado con ellos una convivencia que permitió a los latinos, sin perder su identidad étnica, asimilar muchos componentes de la superior civilización etrusca.
Los etruscos, aliados con los cartagineses, habían logrado expandir su hegemonía desde la llanura del Po hasta bien al sur del río Tíber; pero debieron enfrentar en el siglo VI a.C. la presión que desde las estribaciones de los Alpes ejercía otro pueblo, los galos cisalpinos, que invadieron las fértiles llanuras de la cuenca del Po. Enfrascados los etruscos en resistir a los galos, por un lado, y los griegos y cartagineses en sus contiendas por el dominio en el Tirreno, se establecieron las condiciones que habrían de permitir que la novel ciudad de Roma lograra finalmente imponer su dominio.

En el siglo VIII a.C., la ciudad latina más importante era la ya antigua Alba, situada al sur del río Tíber y a cierta distancia de las costas del mar Tirreno; que atribuía su origen a descendientes del héroe troyano Eneas, emigrado al Lazio desde Troya, cuando esta ciudad fuera tomada por los griegos, según los relatos efectuados por Homero en “La Ilíada”.
Fundación de Roma.
Los orígenes remotos de la ciudad de Roma, se pierden en la leyenda; siendo seguramente anteriores al año 754 a.C. en que ulteriormente las autoridades romanas fecharon su fundación.

Del mismo modo, siendo improbable que su fundación haya surgido de una acción explícita y deliberada, las tradiciones romanas posteriores adornaron su surgimiento con diversas leyendas, recogidas especialmente por el historiador romano Tito Livio, que vinculan el origen de Roma a un linaje de dioses y héroes.

Roma y la loba del Capitolio
Según la leyenda de los orígenes de Roma, un hijo del héroe troyano Eneas, (hijo de Marte, el dios de la guerra y de una princesa latina), Ascanio, había fundado sobre la orilla derecha del río Tíber la ciudad de Alba Longa; ciudad latina sobre la cual reinaron numerosos de sus descendientes, hasta llegar a Numitor y su hermano Amulio. Este último destronó a Numitor; y para evitar que tuviera descendencia que pudiera disputarle el trono, condenó a su hija Rea Silvia a permanecer virgen como vestal, sacerdotisa de la diosa Vesta.
Sin embargo, Marte, el dios de la guerra, engendró en Rea Silvia a los mellizos Remo y Rómulo. Por ese motivo, al nacer los mellizos fueron arrojados al Tíber dentro de una canasta, la cual encalló en la zona de las siete colinas situadas cerca de la desembocadura del Tiber en el mar; siendo recogidos por una loba que se acercó a beber, y que los amamantó en su guarida del Monte Palatino, hasta que fueron hallados y rescatados por un pastor cuya mujer los crió.

Cuando fueron mayores, los mellizos restituyeron a Numitor en el trono de Alba Longa, y decidieron fundar, como colonia de Alba Longa, una ciudad en la ribera derecha del Tíber, en donde habían sido amamantados por la loba; y ser sus Reyes.

Cerca de la desembocadura del Tíber existían las siete colinas: los montes Capitolio, Quirinal, Viminal, Aventino, Palatino, Esquilino y Celio. Rómulo y Remo discutieron acerca del lugar donde fundar la ciudad; y resolvieron la cuestión consultando el vuelo de las aves, a la usanza etrusca. Mientras sobre el Palatino Rómulo divisó doce buitres volando, su hermano en otra de las colinas sólo vió seis. Entonces, Rómulo, con un arado trazó un recuadro en lo alto del monte Palatino, delimitando la nueva ciudad, y juró que mataría a quien lo traspasara. Despechado, su hermano Remo cruzó despectivamente la línea, ante lo cual su hermano le dió muerte, quedando entonces como el único y primer Rey de Roma. Según la versión de la historia oficial de Roma antigua, eso había ocurrido en el año 754 a.C.

La imagen de la llamada loba capitolina - en referencia al otro Monte cercano, el Capitolio - amamantando a los mellizos, es el símbolo de la ciudad de Roma. Se trata de una escultura en bronce, que se considera de origen etrusco, datada alrededor del año 470 a.C., que se conserva en el Museo Capitolino de Roma; y a la cual Dante alude en su “Divina Comedia”.
Otra leyenda ligada a la fundación de Roma, es la del rapto de las sabinas. Según ella, los primeros pobladores de Roma deseaban casarse con unas jóvenes de la tribu de los Sabinos, que habitaban sobre la cercana colina del Quirinal; pero sus padres se opusieron. Remo invitó a las familias sabinas a una fiesta religiosa en Roma, en cuya oportunidad las jóvenes sabinas fueron raptadas; lo que determinó a los sabinos a desafiar a los romanos a una guerra, que no pudo llevarse a cabo porque las sabinas se interpusieron entre ambos bandos.

En los hechos, las colinas cercanas a la desembocadura del Tíber habrían contado con diversas aldeas latinas desde bastante tiempo antes de la época en que la leyenda ubica la fundación de Roma; las cuales probablemente terminaron creciendo hasta integrarse en una única ciudad. Hacia el siglo VII a.C., la expansión etrusca en la zona del Lacio las colocó bajo una dominación no demasiado opresiva, lo cual queda de manifiesto por la presencia de los reges etruscos, pero que impulsó el predominio de las costumbres, la cultura y la economía de los etruscos.

A pesar de que conforme a la leyenda Roma habría sido fundada como una colonia de la latina Alba Longa, la originaria población latina fue integrada rapidamente con muchas personas de origen etrusco; lo que llevó a que rapidamente se haya convertido en una importante plaza industrial y comercial cuyo trazado, arquitectura, monumentos y otros elementos, tuvieran afinidad con la cultura etrusca.